Café de Flore - Paris

terça-feira, 29 de julho de 2014

Espejo








Espejo.


Al lado de mi mesa, en el café, había un hombre negro y estaba llorando. Una lágrima le corría desde el borde interno del ojo derecho hasta formar un estanque minúsculo, y sin embargo fulgente, justo encima de la aleta de la nariz. Antes había estado fuera fumando un cigarro, pero ahora se encontraba en una mesa al lado de la mía y lloraba y era negro y mi cabeza comenzó a maquinar. Bueno, es posible que no estuviera llorando, tal vez el frío de la calle le había hecho confesar esa gota, lagrimear que le dicen, y a mí se me ocurrió que a los setenta y dos años -exactamente a esa edad- estaría solo y triste porque alguna mujer... O no, probablemente no se sintiera abandonado, apenas se tratara del frío, una lágrima de viento frío que. Qué frío viento de lágrima. Consultó su reloj pulsera e hizo un gesto con la boca que me pareció de resignación y desconsuelo, o aun mejor, de desconsuelo y resignación. Debería tener la misma hora que yo: las 11 y media, y como yo también estaría esperando a alguien que nunca. Nunca. Siempre. Siempre que alguien. El hombre negro se dio cuenta de que lo observaba con extrema atención, una atención radical, violenta; entonces se levantó -notoriamente molesto- y volvió a salir a la calle. Allí se sentó a una mesa de la acera, donde el frío, el viento frío, le permitiera argüir otra lágrima sin que nadie le hiciera de espejo.


Humberto Dib


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