Espejo.
Al lado de mi mesa, en el café, había un hombre negro y estaba llorando. Una lágrima le corría desde el borde interno del ojo derecho hasta formar un estanque minúsculo, y sin embargo fulgente, justo encima de la aleta de la nariz. Antes había estado fuera fumando un cigarro, pero ahora se encontraba en una mesa al lado de la mía y lloraba y era negro y mi cabeza comenzó a maquinar. Bueno, es posible que no estuviera llorando, tal vez el frío de la calle le había hecho confesar esa gota, lagrimear que le dicen, y a mí se me ocurrió que a los setenta y dos años -exactamente a esa edad- estaría solo y triste porque alguna mujer... O no, probablemente no se sintiera abandonado, apenas se tratara del frío, una lágrima de viento frío que. Qué frío viento de lágrima. Consultó su reloj pulsera e hizo un gesto con la boca que me pareció de resignación y desconsuelo, o aun mejor, de desconsuelo y resignación. Debería tener la misma hora que yo: las 11 y media, y como yo también estaría esperando a alguien que nunca. Nunca. Siempre. Siempre que alguien. El hombre negro se dio cuenta de que lo observaba con extrema atención, una atención radical, violenta; entonces se levantó -notoriamente molesto- y volvió a salir a la calle. Allí se sentó a una mesa de la acera, donde el frío, el viento frío, le permitiera argüir otra lágrima sin que nadie le hiciera de espejo.
Humberto Dib
Muy bueno, deja al lector la posibilidad de imaginar qué produce esas lágrimas, si es que son lagrimas. Un beso, María Isabel.
ResponderEliminarA espera é um rosto de silêncio e de lágrimas....
ResponderEliminarGostei do texto.
Beijo.
Amiga querida, vine a agradecer tus visitas, acá te dejo un cálido abrazo desde mi corazón.
ResponderEliminarTe abraza tu amiga de Venezuela...
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los hombres también lloran, y no siempre por dolor....
ResponderEliminarEL HOMBRE DEL CAFÉ