Sin embargo, me llamó la atención que una vez que se sentó frente a su mesa, saco de su bolso un libro de teatro, lo cual atrajo mi atención, por ser yo un fanático, en forma literal,de esta expresión artística. En principio no quise abordarla so pretexto de que compartíamos gustos semejantes, al menos el del teatro.
El "gusanito" de entablar plática con ella sobre el tema me hizo pensar cómo acercarme, sin que pareciera el típico Don Juan de cafetería X. Me levanté para ir a los sanitarios y cuando regresaba y pasé frente a ella, lo primero que se me ocurrió fue preguntarle qué pastel estaba degustando.
-"Zarzamora con crema fresca", fue su respuesta.
Otra coincidencia -¿será?- uno de mis preferidos. La plática había iniciado bien, al menos eso creía.
Inmediatamente, dijo "en realidad no es de mi agrado, vamos ni siquiera me gustan los pasteles, así que si lo quiere puede tomarlo".
Antes de salir de mi asombro, porque no compartíamos el gusto por los pasteles de zarzamora, le solicité su venia para sentarme en su mesa a lo que no con muy buena cara me dio un sí por respuesta.
Inmediatamente aproveché la oportunidad para iniciar el tema sobre el teatro y, esa si fue una coincidencia, estaba haciendo tiempo para entrar a ver la misma función que yo. La charla se prolongó, después de que se confesó una adicta al café, pero no como yo, que lo tomo -a excepción de la primera taza- más por adicción que por convicción. La cuestión es que cuando llegaron las dichosas tazas, humeaban como volcanes en plena erupción, quise probarlo y la quemada que me di fue inmisericorde. Pero la verdadera quemada vino cuando me preguntó si sabía qué tipo de café estábamos degustando. Era el café más fuerte que en mi vida haya probado. La respuesta fue así de simple: "El más sabroso y fuerte, como deben ser". La respuesta provocó su risa y me dijo:
-"Lo que hace un hombre por quedar bien con una mujer, lástima que no sepa mentir".
A partir de ahí, se rompió el "turrón". La plática continuó y mi venganza -por llamarle de alguna forma- también, no sabía nada de teatro, bueno no más que cualquier simple aficionado. Después de otras dos tazas y otras dos y quién sabes cuántas más. Repentinamente ví el reloj, la función tenía más de tres cuartos de hora de haber iniciado, ya no había nada qué hacer.
Al cabo de una hora más, solicitamos la cuenta y me invitó una copa en el lobby bar de un hotel de Paseo de la Reforma, con ello quería resarcir el que no entrara al teatro. Tanto café me hizo mayor efecto que si hubiera tomado ron, sin embargo me mantuvo despierto toda la noche. Después de dos copas cada uno, subimos a su habitación, se hospedaba en ese hotel. Ahí me regaló un libro sobre el café escrito por mónica Lavín, detalle que tomé como un "aprende y no seas tan ignorante".
Fue una velada placentera, con todo lo que esto conlleva. Una taza -más bien varias- y un libro sobre el teatro, nuestras fascinaciones, nos llevaron a una noche de romanticismo, no de placer. Al otro día me despedí sin saber que la vería por última vez. Ahora, siento una gran atracción por el café, claro mi paladar todavía no aprueba los sabores tan fuertes, pero si sus aromas.
Cada vez que entro a una cafetería lo primero que hago es recorrer con la vista todo el lugar en busca de una mujer con un libro de teatro, frente a una taza de café y pastel de zarzamora intacto. La ilusión provoca más satisfacciones que la realidad. Todo fue un sueño a partir de una bebida que tiene fama de quitarlo.
Alejandro Laboriel Elías
(http://www.latazitadecafe.blogspot.pt/)
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un texto deliciosamente utópico.
ResponderEliminarel hombre del café